Italo Jiménez Yarlequé
“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Voltaire. La contundente frase del filósofo francés cae exacta para ilustrar a los gobernantes de Latinoamérica respecto a la tolerancia democrática que deben exhibir y exorcizarse de sus no tan sutiles ganas de amordazar -sino liquidar- las libertades de opinión e información.
Tales actitudes ha despertado la válida preocupación de distintas agremiaciones de periodistas del continente para que a una sola y maciza voz digan basta ya de ensayar o aprobar leyes absurdas que pueden silenciar los medios de comunicación.
Botones de muestra para ‘confeccionar’ la pretendida mortaja hay varios: el gobierno aprista peruano pretendió recientemente debatir un proyecto de ley (denominada por los medios de comunicación como ‘Ley Mordaza’) que se convertiría en una espada de Damocles para la prensa independiente y responsable que se constituye en defensora de los derechos humanos y ciudadanos, requisito imperativo para una sociedad que quiere transitar en una cultura de tolerancia, participativa y respetuosa de la ley.
En Ecuador, 12 emisoras sufren una amenaza de cierre y se sostiene, literalmente, una guerra con el diario El Comercio y el canal Teleamazonas. En Bolivia, Evo Morales, dócil y aplicado él, apunta con seguir la misma línea intolerante y vertical. En Honduras, el reciente golpe de Estado fue aprovechado para vetar medios.
El punta de lanza de esta arremetida contra la prensa es el llamado socialismo del siglo XXI que encarna Hugo Chávez: en Venezuela, cerró 38 emisoras de radio y televisión. Repudiable acto condenado mundialmente que tiene como antecedente del cierre hace dos años de Radio Caracas Televisión y la amenaza latente de amordazar también a Globovisión, por atreverse a pensar diferente.
La razia contra la prensa ‘no alineada’ de Venezuela no se satisface allí. Hace poco también, la fiscal general presentó a la Asamblea Nacional el proyecto de Ley Especial de Delitos Mediáticos que provocó una revolución en los medios, por su clara intención de censura, bajo la falsa premisa de proteger a los ciudadanos ante el presunto uso irracional del poder que ostentan los medios de comunicación. Felizmente no progresó.
Pero no todas las amenazas provienen de entes gubernamentales. El fuego graneado, ad pedem litterae, también cae desde otras trincheras: en México los narcotraficantes son quienes quieren silenciar la prensa; en Colombia el narcotráfico, el paramilitarismo y la violencia amenazan a los comunicadores; y en Brasil la mafia es la principal fiera a tener en cuenta.
¿El absolutismo acabará con el derecho fundamental de informar y estar informado a través de las fuentes que decida cada quien? Ojo que ese camino solo tiene un destino seguro: el abismo y el profundo despeñadero de la dictadura y su intolerancia. No lo olvidemos: cuando se ahogan estas libertades, junto a ellas se ahogan todas las demás.