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Política de alcantarilla

Italo Jiménez Yarlequé

Alisten las ortigas. ¿Recuerdan ustedes la demagógica promesa de César Álvarez en la que ofrecía luchar contra los corruptos en su gobierno, recalcando incluso que los azotaría desnudos, públicamente, con estas plantas herbáceas y sus temidas hojas agudas y aserradas? Al igual que a muchas otras, ¿se la llevó el viento?, ¿o en un acto cuasi humanitario le asaltó una repentina –y conveniente- penita por las posaderas de sus angelicales comandos? ¿O cayó en cuenta que la chamba iba a ser cansada y tediosa? (la cola es muy larga).
Lo cierto es que cuando apenas asomaba la gran oportunidad de la coherencia entre lo dicho y lo hecho, el comando mayor tira por la borda la inmejorable opción de limpiar algo de su impresentable rostro público y opta por cesar a una digna funcionaria que decidió no sumarse a la conveniencia del putrefacto sistema y, valientemente, agarró escoba, barredor, lampa, insecticidas e incluso raticidas, para poner limpia, brillante y ordenada la casa. No puede soslayarse que el queso del erario público es enorme y apetitoso y los roedores necesitan alimentarse. Es decir, Luz Domínguez, afuera, ¡pa’ la calle!
Antes de seguir debo resaltar que en este artículo se me entremezclan la subjetividad y la objetividad. Honestidad ante todo: Luz Domínguez es mi cuñada, ¡a mucho orgullo y honra! Y precisamente porque la conozco muy de cerca (es más derecha que la línea recta, fruto de una sólida formación en civismo y valores de parte de mis suegros), sé de las estresantes presiones y ‘sugerencias’ –reveladas al cuñado, no al periodista- que recibió durante su profetizado corto paso por la gestión alvarista (algo que le anuncié cuando asumió el cargo, “no duras más de dos meses”, fueron mis palabras). Era cuestión de sentido común y antecedentes.
Dicho esto, volvamos al gran comando. Al percibir y constatar la asepsia con la que pretendía trabajar Luz Domínguez como gerenta de la Subregión Pacífico, al sufrir (porque los corruptos sufren la transparencia) los primeros actos de decencia y limpieza de ésta, que empezó a poner orden en la casa y a espantar a diversos roedores que devoraban el apetecible roquefort de los recursos públicos; al ver que mandaba a sus casas a las ‘amiguitas’ colocadas por el consejero regional que sostiene su poder en el palo y el garrote, que ingresaban como practicantes pero ganaban un irregular sueldo siendo colocadas en planillas fantasma; al ver que cortaba el nefasto circuito de las licitaciones oscuras cortando cabezas claves; muchos sintieron, cual exorcizados, que las primeras gotas del agua bendita de la decencia les quemaba el cuerpo… amén de los ‘negocios’ ya pactados. Soltaron la maquinaria de conciencias compradas y la jauría comenzó a ladrar. “El futuro, el desarrollo, no se pone en juego”, habrán pensado. ¡No se les podía malograr los ‘faenones’ por venir! Es decir, su particular futuro y desarrollo personal. Porque, como bien sabemos, la corrupción genera que nuestro futuro (sí, el suyo, el de sus hijos, el de los hijos de sus hijos, el mío y el de todos), nos siga evadiendo y que la riqueza siga repartiéndose sin equidad y justicia social.
César Álvarez y sus secuaces han puesto un nuevo escollo en el anhelo de lograr que Áncash, particularmente la Subregión Pacífico emerja conforme su enorme riqueza lo permiten, de la mano de gestiones a favor del pueblo y no de los pardos y negruzcos habitantes de las alcantarillas que vuelven a ser abiertas. El mensaje es claro y nítido: no tenemos lugar para gente honesta.
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