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César Álvarez, ¿sano y sagrado en versión corregida y aumentada?

Italo Jiménez Yarlequé

Seamos claros. A nuestro presidente regional, sí suyo y nuestro, por un elemental criterio de democracia, tolerancia y respeto a la voluntad ciudadana, se le ha subido la mostaza a la cabeza. Es decir, se ha mareado absurdamente con las pocas o muchas palmas que recibe en uno que otro lugar. En un lamentable acto de desubicación sicológica, emocional, temporal y geográfica, casi se cree un César, un emperador romano triunfador, victorioso, ante los bárbaros que no comulgan con él y sus ideas. Por eso, arremete contra todo lo que le signifique crítica, opinión distinta o adversa, fiscalización. Insulta, amenaza, vocifera (no en vano es el presidente “más bronquero”). ¡Pobre de aquél que tenga la audacia de dar tribuna a quien cuestione algún acto de su gestión al frente del Gobierno Regional de Ancash! Saca lo mejor (es decir lo peor) de su intolerancia, además de lanzar a sus mastines, para intentar amedrentar, disminuir, golpear, a los atrevidos mortales.
Lo hizo desde que nació políticamente. Su principal recurso fue el enfrentamiento, el insulto, la intimación; sumándole el camaleónico acomodo y reacomodo según viniera la música (fujimorista, guzmanista, fimista-peruposibilista) y el recurso desesperado de buscar la lástima y conmiseración del electorado para llegar al poder tantas veces negado a sus famélicas condiciones intelectuales y discursivas.
Valiente y “bronquero” como se autocalifica (“¡habla comando!”) se enfrentó al Gobierno Central y Alan García. Armó soterradamente el paro del pasado 11 y 12 de abril (con una plataforma cuyo fondo todos –TODOS- apoyamos), excepto en sus formas (no haber agotado la vía del diálogo), para luego, ante la amenaza de un proceso penal y probable cárcel por una serie de hechos acontecidos en aquella ocasión, desmarcarse y declarar a diestra y siniestra que el paro no lo organizaba él, sino sus hermanos del campo, de Construcción Civil (¿lo recuerdan con su polo blanco que decía paz, mientras el pueblo se exponía, de hecho y de derecho, en las calles?). ¿Coherencia, valiente? ¿In pace leones, in proelio cervi?
Luego se enfrentó con los médicos y los periodistas. A unos los acusó de comechados y a otros de coimeros. “Pistolita” disparó sin piedad ante la sonriente masa de los anteojitos y los ataúdes. No dio un nombre. No demostró un caso. No trasladó a los gremios sus quejas, puntuales y específicas, para que éstos procedan (¿Quis, quid, ubi, quibus, auxiliis, cur, quomodo, quando?). No. Solo abrió la boca y salió lodo… incluso aguas servidas. Dice verdades a medias (“¡me quieren cobrar por publicidad!”, ¡albricias!… ¡la publicidad, el espacio publicitario, el aviso, el comunicado, tiene un costo pues mi pobre despistado, acá y en la China!), pero no la información ni la noticia ni la opinión, ellas no se venden, no se alquilan, no se pagan, como lo haces con tu arpía y blonda artificial mamarrachenta y mercenaria tía de la tele (¡habla pezuñenta!) y con el intonso, unineuronal , coleóptero y discapacitado mental que cree que Chimbote es su arca y él el animal mayor, compinches mercenarios de nuestro alucinado imperatore con suicida y trabajosamente contenida vocación de autócrata. Ténganlo presente amadísimos: Nemo malus felix.
Lejos de presentar pruebas de corrupción, de chantaje, de coimas, sigue generalizando y lanzando amenazas, particularmente contra este periodista. César, imperatore, no le temo, disculpe usted mi atrevimiento, suélteme a los leones si quiere. Eche a andar su oscura campaña de demolición y desprestigio. Tengo las manos y la conciencia limpias y tranquila, ejerzo esta noble profesión con apasionamiento y equilibrio, con respeto al rigor periodístico y a los códigos éticos que la norman, y por ellos siempre lucharé y alzaré mi voz. Chimbote lo sabe… mi familia lo sabe, ¡más que suficiente! Los cargos y el poder son breves, solamente nos llevamos nuestra honestidad y nuestro buen o mal actuar nos siguen eternamente, aequat omnes cinis, ¡nunca lo olvide!
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