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Corrupción, algunas causas que atacar

Ítalo Jiménez Yarlequé

En el post anterior hablábamos de lo pernicioso de la corrupción para nuestra sociedad y anunciábamos que pondríamos a consideración de ustedes, amables lectores, algunas variables que generan y promueven esta lacra. Obvio que no son las únicas a tener en cuenta, pero son importantes.
En primer lugar, debemos resaltar que el paupérrimo nivel de educación en valores pasa la factura finalmente a través de una relación inversamente proporcional al nivel de corrupción. Este es un punto que pasamos por alto, o minimizamos, por estar siempre buscando la viga en el ojo ajeno; por practicar ese conocido deporte nacional de volcar las culpas y responsabilidades en los que nos rodean y no cuestionarnos ni cuestionar qué clases de personas y ciudadanos estamos formando en casa.
En segundo término apuntemos al clientelismo y la falta de transparencia en las instituciones públicas, que son otros notorios insumos para la hirviente y ancha olla de la corrupción. Es insoslayable la negrura y turbidez con la que actúan los distintos gobiernos públicos. El clientelismo en todos los niveles de gobierno es muy elevado. Nuestras municipalidades y empresas públicas están plagadas de empleados que están allí por ser del partido o amigos de la persona oportuna. Abundan los empleados que entraron de forma provisional y se quedaron allí de por vida, que carecen de valores de servicio y que nunca se jugarán su puesto por defender el interés general. También es incomprensible que, salvo pequeñas excepciones, no existan mecanismos mínimos de evaluación del desempeño de nuestros servidores públicos. Como consecuencia, la carrera está demasiadas veces vinculada a las fidelidades personales y no a la valía y profesionalidad.
En tercer lugar, tenemos demasiadas normas innecesarias y muchas leyes necesarias que no existen, y cuando existen no se cumplen y no ocurre nada. Las leyes de incompatibilidades son sistemáticamente violadas; no se regulan los conflictos de interés; en fin, parece que no nos tomamos muy en serio la prevención y la lucha contra la corrupción… y hay que ver cómo nos va.
Exhortamos a una preocupación mayor por dar formación e información a la ciudadanía sobre los enormes daños que causa a un país la corrupción. Deberíamos incorporar a la educación formal un análisis de la corrupción y sus efectos. La sociedad civil debe implicarse de modo más comprometido en esta lucha, porque resulta insostenible para nuestras expectativas de bienestar, desarrollo y democracia, convivir y justificar a la corrupción y los corruptos; por ello, invocamos y llamamos a una respuesta contundente y efectiva de todos contra este cáncer moral, ya que una sociedad no puede resignarse a él y, por el contrario, es su deber exigir urgentemente de nuestros representantes una respuesta consensuada y efectiva contra tal lacra social. Sus acciones, más que sus dichos y discursos contra ella, pueden ser buenos indicadores para decidir por quién o quiénes votar en los jornadas electorales que se cumplirán entre este año y el próximo.
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