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¿Es válido robar si se hacen obras?

Ítalo Jiménez Yarlequé

“Roba, pero hace obras”. ¿Cuántas veces ha escuchado -o incluso dicho- esta lamentable y equivocada frase soslayando la gigantesca apología a la falta de moral y ética que contrabandea? La corrupción, es corrupción y punto. Es como un cáncer que avanza imparable si no se toman medidas para detenerlo. Sus redes, sus largos brazos y uñas se expandirán y controlarán más empresas, instituciones de todo nivel, municipalidades, gobiernos regionales y hasta organismos esenciales del Estado si los partidos, los Gobiernos y, sobre todo, la sociedad no se unen para detener esta enfermedad social.

El truco, la insana trampa de la tristemente célebre frase “roba, pero hace obras” subliminalmente anida en nuestras mentes la idea de que la corrupción es un peaje a pagar en la búsqueda del desarrollo y el bienestar deseados. Nada más lejos de la realidad. Las economías más sólidas, los países con mayor índice de desarrollo humano son países bastante honestos. La corrupción, como demuestran irrebatibles estudios, aleja la inversión, genera gastos innecesarios y reduce los ingresos públicos. Una sociedad con alta corrupción elabora políticas para beneficio de unos pocos, no de ella en su conjunto; una sociedad con alta corrupción genera infraestructuras deficientes (recuerde las pistas y veredas rápidamente agrietadas; las instituciones educativas y postas mal construidas; las redes sanitarias prontamente colapsadas, etcétera). La corrupción produce un deterioro en el funcionamiento de la justicia (los culpables salen libres y los inocentes son encerrados), daña el Estado de Derecho y genera profundas desigualdades sociales (obras para los amigos, indiferencia para los enemigos).

Lamentablemente la corrupción seguirá expandiéndose de seguir percibiéndose y comprobándose la impunidad en la que se mueve, pues resulta racionalmente rentable arriesgarse a ganar mucho dinero robando a una colectividad difusa, atomizada, dividida, sin peligro de ir a la cárcel por hacerlo. Es obvio que personas con principios éticos sólidos no aceptarán este intercambio, pero, por desgracia, la solidez de los principios no está garantizada entre nuestra clase política y una buena parte de la sociedad civil. En una posterior columna examinaremos algunas variables importantes que oxigenan a la corrupción.

Por ahora, fundamentalmente, buscamos enfatizar el siguiente mensaje: no debemos resignarnos, es posible luchar contra la corrupción y ganarle la batalla. Para ello, es ineludible tomar el problema en serio. Se requiere y urge una respuesta contundente y efectiva de la sociedad civil contra esta lacra; la sociedad no puede resignarse a tal degradación moral y debe empezar por desechar frases como la señalada al inicio de esta columna. Si usted le exige al futuro que sea mejor que el presente, usted, entonces, debe luchar por ese futuro, debe comprometerse, de modo práctico, con él. No justifiquemos esta pudrición social, pues, literalmente, mata.

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