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El Odio de los Bienintencionados

 

A comienzos de diciembre, luego de un agradable paseo por los Barrios Altos, me encaminaba con un amigo hacia la avenida Abancay por el Jirón Ancash, cuando nos sorprendió encontrar un letrero en una casona: MUSEO AFROPERUANO.
El ingreso era libre y había servicio guiado. Nos mostraron los mapas del tráfico de esclavos hacia el Perú, las escrituras notariales de compra de personas (muy formales eran los propietarios) y un acta de liberación de un esclavo en tiempos de Castilla. Como el museo es interactivo, en la sección de instrumentos musicales, también estuve agitando una quijada de burro.
En los siguientes días comprobé que, como yo, ninguno de mis amigos había escuchado hablar de un museo tan importante. A mí entender, este desconocimiento general se debía a su promotora: nada menos que la congresista fujimorista Martha Moyano. Probablemente algunos medios de comunicación habían preferido no difundir alguna información que pudiera mejorar su imagen.
A mi entender, es muy difícil descalificar totalmente a una persona y los personajes públicos también lo son. Sin embargo, en el Perú solemos hablar de muchos de ellos como si fueran individuos absolutamente viles y abyectos. En realidad, siendo objetivos, encontraremos acciones positivas aún en personas que por razones muy válidas rechazamos. Por ejemplo, Alan García inauguró en su primer gobierno las primeras Comisarías de la Mujer; el servicio militar obligatorio fue abolido por Fujimori, con lo que también terminaron las levas en las zonas rurales y las gestiones de Juan Luis Cipriani lograron que el Seminario San Cristóbal de Ayacucho se transformara en uno de los más hermosos centros culturales del Perú, donde he asistido a varias actividades de derechos humanos.
Reconocer acciones acertadas de políticos o funcionarios en nada elimina su responsabilidad frente a faltas o delitos, ni tampoco impide que se puedan criticar sus errores. Cuando fue Alcalde de Magdalena, el cuestionado Francis Allisson promulgó la primera Ordenanza contra la discriminación y promovió numerosas actividades antirracistas en los colegios del distrito. Luis Castañeda, pese a desesperantes demoras, renovó las avenidas Petit Thouars y Arenales y reestableció el sistema de paraderos que parecía que nunca había habido en Lima. Además, en una decisión de gran valor simbólico, retiró la polémica estatua de Pizarro de un lugar de homenaje, para instalarla en un parque temático.
Una de las razones por las que es tan frecuente a la descalificación personal de alguna figura pública es que los medios de comunicación periódicamente parecen necesitar un chivo expiatorio que quemar en la hoguera. Muchos reportajes se regodear en exhibir al “corrupto de la semana”, en lugar de enfrentar los asuntos de fondo que hacen endémica a la corrupción. En otros casos, se dedican carátulas o titulares no a lo que determinado personaje hizo, sino a lo que dijo, normalmente citado fuera de contexto. A veces, a lo que dijo algún familiar, como la madre de Ollanta Humala o el padre de Lourdes Flores.
El otro factor es la ausencia de debates ideológicos en las campañas políticas. Difícilmente puede encontrarse diferencias en los planteamientos económicos de Alejandro Toledo, Jaime Bayly, Lourdes Flores, Alex Kouri, Keiko Fujimori, Luis Castañeda, Alan García o Yehude Simon. Por ello es que las simpatías y las antipatías tienen que ver con elementos personales, muchas veces intrascendentes.
Lo más peligroso es cuando también quienes respaldan una causa justa terminen cayendo en el rechazo total a una persona, perdiendo inclusive criterios de humanidad y sintiendo satisfacción en el sufrimiento del otro, como si esa fuera una meta.
Hace unos años estaba promoviendo con varios amigos una campaña para que el General Clemente Noel fuera procesado por los numerosos crímenes cometidos contra campesinos de Ayacucho. Encontrándome en esa ciudad, una joven abogada me comunicó que Noel había fallecido:
-¡Ni un día sufrió un día en la cárcel! –decía, fuera de sí -. ¡Estoy furiosa!
Me quedé desconcertado y pensé que en que a veces puede ser confuso el límite entre exigir justicia y caer en el ensañamiento. Sentí lo mismo el mes pasado, cuando algunas personas protestaban porque Fujimori asistió a la boda de su hija en la capilla de la DINOES. De igual forma hay quienes creen que no debió permitirse a Antauro Humala acudir al velorio de su hijo mayor o que debe impedirse que Abimael Guzmán contraiga matrimonio.
Probablemente, una señal de que se pasa del rechazo político al odio personal es cuando se incurre en descalificar a una persona por su lugar de origen, su apellido, su forma de hablar, sus rasgos o su apariencia física (ser gordo parece ser peor que ser corrupto).
Una señal de madurez es aprender a combatir actos o posiciones, no a personas. Es un camino más difícil, pero más eficaz y más sano para uno mismo.
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