¿Dejarías tu casa a cargo de un ladrón? ¿Pondrías al frente de tu pequeño negocio a quien tiene más de una denuncia por corrupción? ¿Elegirías como dirigente de tu barrio a quien se caracteriza por embellecer y realizar obras solo para su cuadra y la de sus amigos más cercanos? ¿Qué suspicacias te despierta quien ingresa a la gestión pública con pocos recursos y sale de ella con más de una propiedad y bienes? ¿Nombrarías para edificar tu casa a alguien que no está calificado, es decir a un abogado en vez de un ingeniero civil?
Muchas veces tomamos decisiones sin reflexionar, sin mayor ejercicio de la razón, sin darnos cuenta que ellas definen el rumbo de nuestra sociedad y de nuestras vidas. Y aún más importante: la vida y futuro de nuestros hijos y descendientes. Luego lo lamentamos profundamente. Criticamos la impunidad, los escándalos de corrupción, los elevados índices de inseguridad, la informalidad, el desorden, el maltrato en nuestros hospitales y centros de salud, la ineficacia e ineficiencia de los gobiernos locales, regionales y de la mayoría del aparato estatal en la búsqueda del bienestar y desarrollo de la población… pero consentimos todo ello, directa o indirectamente, con nuestra pobre y famélica conciencia ciudadana.
Es casi sistémico –y sintomático- que cada cuatro o cinco años demos o permitimos que la espada del poder llegue a manos de los menos indicados, de quienes hacen de la política no una vocación sino una profesión, un medio para enriquecerse, una fuente para ensanchar las entrañas y sus bolsillos, de quienes no reúnen suficientes capacidades morales ni profesionales, de aquellos inconsistentes que carecen de coherencia y lealtad a una ideología, pensamiento o programa político, que cambian de color y camiseta partidaria guiados solo por sus apetitos y ambiciones personales, que capturan medios de comunicación y periodistas para ponerlos al servicio de su avidez y codicia, y luego lamentamos cuando la blanden contra nuestras justas y válidas aspiraciones.
Por eso, es importante, ¡vital!, que este y el próximo año en los que volveremos a tener la oportunidad de realizar el ejercicio de elegir aprendamos a hacerlo, previo análisis de las ofertas electorales, del pasado político de los candidatos, del contraste de planes y del análisis de equipos técnicos.
No apoyemos más a ladrones, embusteros y corruptos, castiguémoslos al no otorgarles el voto a fin de que no rellenen más sus ya abultados bolsillos, mientras exprimen los nuestros y además cobran sustanciosos sueldos públicos. Es hora de decir basta a los políticos corruptos, basta de repartos, de turbulencias, de pestilencias y contubernios. Llamemos a las cosas por su nombre y cambiémoslas. Maduremos el acto de elegir.
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